El ruido mediático que se genera en torno a un nuevo restaurante produce altísimas expectativas, y  que cuando por fin visitas el lugar te impiden apreciar con sentidos vírgenes la experiencia.

Sin embargo, procuré bloquearme de tantas reseñas, dispuesta a crear una propia y bien objetiva cuando visité Carmela y Sal, un restaurante que dirige la chef Gabriela Ruiz Lugo, talentosa joven nombrada como La Mejor Chef de México 2018 y que sin duda tiene manos de concertista, porque crea piezas magistrales que te dejan “tarareando” sus grandes obras.

Ella lo sabe y por eso el concepto de su carta gira en torno a la noción de que cada platillo es una pieza musical perfectamente ordenada para crear un gran concierto.

Asistí a este recital gastronómico un martes a las 5 de la tarde con mis dos hermanos para celebrar el cumpleaños del menor y quién comparte conmigo la pasión por invertir en experiencias culinarias diferentes y que valgan la pena. El de enmedio come con nosotros en estos lugares por solidaridad, pero para él estaría bien comer en cualquier local unos tacos de milanesa con papas (sus favoritos).

Entiendo perfecto que para algunas personas, gastar cantidades ingentes de dinero en comida no sea un buena idea, pero estoy segura que para quienes somos sibaritas y le rendimos culto a vivir a través de las interpretaciones de la comida que hacen los grandes chefs, tendrá sentido que les diga que pagué casi 300 pesos por un fetuccini con camarones con crema de Xtabentún (licor hecho con miel de abeja de la flor de Xtabentún yucateca de sabor anisado) y chiltomate y que valió la pena porque ha sido el mejor fetuccini de toda mi existencia, (llevo 20 años siguiendo el consejo de mis padres : “el mejor dinero es el que se gasta en comer”.)

Y como siempre sigo consejos, no dejé pasar por alto las famosísimas «tostadas de mentiras» que a primera mordida te saben a ceviche y a tinga, (exquisitos claro) pero que no es otra cosa que coco preparado para engañarte, y ¡vaya que sabe hacerlo!

Otro platillo insignia del lugar es la jícama con pesto de albahaca, pistaches y uvas, vaya usted a saber que musa le susurró al oído a Gaby porque esta sensacional entrada sólo pudo haber sido escrita por Bach o poniéndonos mexicanotes, por Moncayo.

Nada de esto podría ser apreciado sin la sala de conciertos apropiada, y es que  debemos estar de acuerdo en una cosa: ir a estos lugares implica pagar una experiencia multisensorial completa, el diseño del restaurante, que dicho sea de paso fue muy acogedor, con una sutil elegancia, que no te intimida, al contrario, te invita a sumergirte en las sillas tipo sillón riquísimas que te preparan para conocer las historias que Gaby te cuenta a través de cada bocado.

Además, la música fue la correcta con los decibeles adecuados, cosa que se agradece muchísimo, porque es muy molesto comer mientras tratas de mantener una conversación con las notas de fondo de una selección musical inapropiada.

Fue en esta tertulia gastronómica donde pude conocer el verdadero pan campesino, del que una canastita no nos resultó suficiente. Cosa bella caballero, dan ganas de comerlo por toda la eternidad, pero es importante limitarse porque los postres son una gozada monumental, no dejes de probar los plátanos con dulce de leche, crema montada y polvo de caramelo.

Y si de recomendación de vinos se trata, por favor, ordena la botella de Doménica de vinos Pijoan (vinícola mexicana) , una deliciosa mezlca de grenache, syrah y cariñena, que tiene notas elegantes a barrica, frutos rojos y un balance perfecto entre astringencia, acidez y alcohol.

 

No miento cuando te digo que saldrás muy contento, aunque eso sí, debes considerar a Carmela y Sal como un lugar para celebrar algo muy especial, porque la  inversión promedio es de  800 pesos por persona, sobre todo si gustas de los aperitivos y al café para la sobremesa.