Para mí el lambrusco solía ser lo que para Carl Wilson era Céline Dion, un producto edulcorado con demasiados adeptos y del que no comprendía el motivo de la fama.

Y es que en México, la gama de opciones de lambrusco es limitada, todo lo que yo había tenido oportunidad de probar era simplemente empalagoso razón por la cual, al menos en nuestro país, este vino espumoso no tiene claroscuros, o lo amas o lo odias.
Quienes lo aman, sólo refrendan lo que biológicamente estamos programados a consumir porque nos produce placer: Cosas dulces, de hecho, innumerables investigaciones han comprobado que el cuerpo se vuelve adicto a este tipo de alimentos porque estimula nuestro centro del placer ya que encontramos muy gratificante consumir bebidas y alimentos dulces.
Además, creo que los consumidores del lambrusco sencillo, encuentran en él lo que Carlo Sini, filósofo teórico llama “un vino sincero», porque les da exactamente lo que les promete, un vino sin complicaciones y ellos aliviados, no se ven involucrados en las ceremonias en torno a otros vinos (como la decantación) ni mucho menos deben encontrar aromas y debatir si el «perfil de su vino está dado por los suelos de kimeridgen de Champage o por los procesos de vinificación o una combinación de ambas». Tomar lambrusco es un proceso de dos pasos, los descorchas, lo bebes y punto. Por otro lado, es un producto que reúne las dos características que más veneran: precio bajo y una accesibilidad muy alta porque se vende en todos los supermercados.
El lambrusco es una bebida que no tiene claroscuros, o lo amas o lo odias.
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Es muy fácil entonces comprender por qué alguien consume lambrusco, pero, ¿qué hay de las personas que lo denostamos? ¿Somos acaso un hatajo de pretenciosos, snobs, arrogantes, clasistas con aires de grandeza que no sabemos ver más allá de nuestra narices? Creo que es más complejo que eso. Tal vez no aceptamos al lambrusco porque nuestros vinos iniciáticos fueron referentes muy decorosos del viejo mundo, en mi caso, mi primer vino fue un aceptable Marqués de Cáceres, por lo que mi paladar comenzó a entrenarse con vinos un poco más complejos y rechaza exponentes que en mi opinión muy personal saben a Peñafiel Rojo. Un segundo motivo tiene que ver con la salud, yo no me siento cómoda consumiendo cantidades ingentes de azúcar sobretodo cuando pertenezco a familia que padece obesidad y diabetes. Y como tercer motivo, honestamente no habíamos volteado a ver otros perfiles de lambrusco más complejos.
Con este último reverberando en mi cabeza, me lancé en la búsqueda de un producto que me ayudara a sacudirme los prejuicios establecidos que vestián con un manto que decía en letras enormes: «todos los lambruscos son dulces», sin embargo, también los hay secos, así me lo dejaron saber varias personas que fueron lo bastante amables para señalar mi falta de conocimiento, pero no para indicarme ese famoso estilo, la etiqueta ó un lugar para comprarlo en México.
Uno me dijo que lo encontraba en cierto restaurante (que está cerrado por la pandemia) el segundo, que me parece de todos el más confiable contestó: “Los buenos sólo los puedes probar en Italia, a México no llegan”. Un par más me señalaron importadoras en Cancún (bueno, la paquetería me salía más cara que el lambrusco en sí mismo) Sólo un buen samaritano al que no le pregunté nada pero leyó la tunda que me gané en mis redes sociales por criticar al lambrusco, me mandó una foto por whatsapp diciendo: “mira, este es de la Indicación Geográfica Protegida (IGP) Emilia, te lo recomiendo, un amigo lo importa, nada más que está en Querétaro”. Como esta propuesta me pareció la más accesible, ordené mis lambruscos. Y aunque no eran tan secos realmente, al ser una recomendación de un sommelier muy respetado por mí, hice a un lado mis prejuicios y me dispuse a catarlo. Estos fueron mis hallazgos.
Primero investigué en qué copa era correcto servirlo. Debo señalar que los foros en Google son muy duros en este sentido porque las repuestas fueron variopintas y muy desdeñosas: “En un zapato””en vasos de cartón”, “esa bebida más chorra se toma en cualquier vaso” y la lista sigue. Sin embargo, en portales más serios, el consenso general fue que debía servirse en copa de vino blanco. Vale la pena señalar que durante mis pesquisas me sentí un poco absurda y sí, algo snob y como una revelación me llegó una frase que le escuché decir a Jesús Díez, importante enólogo mexicano: “cuando me preguntan en que copa me voy a tomar un vino contesto: ¡Pues en una que no se salga!” Lo que refrenda mi idea de que cuánto más sabe la gente de vino, menos poses adopta.
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«Cuando me preguntan en que copa me voy a tomar un vino contesto: ¡Pues en una que no se salga!” -Jesús Díez
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El vino lo terminé sirviendo en una copa genérica, fue un Frizzante Rosso, de la región de Emilia, Indicazione Geográfica Protetta (Indicación Geográfica Protegida) de la Bodega Venturini Baldini. En vista tenía un color limpio brillante, púrpura ligero, capa media, ribetes rosados, al servirlo la burbuja era abundante, gruesa, evanescente. En nariz, mucho, mucho arándano, ciruela compotada, yogur de fresa, poquito de canela y un recuerdo de paleta tutsi pop. En boca: Ataque medio bajo, semiseco, de cuerpo ligero y acidez muy amable, taninos muy sutiles y alcohol ligero (11.55%)
En retronasal se confirman sobretodo los sabores a ciruela y fresa, de la burbuja ya sólo resta una ligera presencia. Algo que me llama la atención es que más allá del dulzor que prevalece en los lambruscos más accesibles es que este que tengo conmigo posee una persistencia que no está caracterizada por dulce sino por otras características como la fruta.
Debo decir que con este vino Montelocco, hubiera tenido una armonización impresionante con las fresas con chantilly ligera que me compré hace 2 días, pero más allá de los maridajes también es buena idea beberlo solo, un poco para soportar el calor, y otro poco para amenizar pláticas de sobremesa.
Filias y fobias aparte, me pareció un exponente que logra rescatar el honor de un vino que para muchos, ni siquiera alcanza esa categoría, y que me permitiría tomar más de una copa de él porque no sabe, de ningún modo, a “calimocho” o Peñafiel de Fresa, y porque no me deja el paladar hastiado de tanto dulzor.
Aunque este experiemento resultó mejor de lo que esperaba, les garantizo que aquí no llegarán mis pesquisas, necesito llegar a la región de Emilia en Italia y probar el llamado “champagne emiliano” que lleva por nombre Lambrusco di Sorbara Rimosso o bien visitar la propiedad de Cleto Chiarli para conocer a los productores más antiguos de la región. Parada obligada deberán ser las 3 Denominaciones de Origen Controlada: Lambrusco de Sorbara, Lambrusco de Grasparossa de Castelvetro y el De Salamino de Santa Croce.
¿Lo volvería a comprar? No, simplemente porque no es mi estilo de vinos. Este lo adquirí con fines didácticos y para desmontar mitos, para efectivamente, comprobar que el lambrusco no es el frizzante polémico con la mala fama que nos hemos empeñado en forjarle. Como muchos vinos, está hecho para una audiencia específica a la que no le interesa y no tiene por qué dejar de consumir lo que sabe con claridad que la hace feliz. El lugar común “ en gustos se rompen géneros” está más presente que nunca .
Aplaudo a quienes sin pudor aceptan que les gusta el lambrusco, sin embargo, es importante que sepan (como yo acabo de aprender) que allá afuera hay un mundo de estilos de esta bebida tan democrática y que el lambrusco, defiitivamente, no es como lo pintan.
SI QUIERES SUBIR LA CATEGORÍA DE LAMBRUSCO, TE RECOMIENDO ESTE:
TE RECOMIENDO este lambrusco rosso secco de la Denominación de Origen Controlada de Reggio Emilia de la Familia Medici Ermete.
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La añada 2018 se hizo acreedora a la medalla de Plata del Concours Mondial de Bruxelles 2019.
Ha sido muy sorprendente notar que desde la vista ya se percibe su calidad, es espeso, capa media alta, y sus aromas son los más puros, muy frutal, sobre todo fresas y cererezas, resaltando con mucha potencia un aroma a yogurt de frambuesa. Lo consigues en México con el importador orfemexico.com.mx no más de 400 pesos.

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